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Artículo publicado
26/11/2003
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Camilo Otero
Se trata de uno de los artistas gallegos más relevantes del Siglo XX, de los pocos que alcanzó verdadero crédito internacional. Pasó buena parte de su vida en París. Aparte de gran escultor, fue pintor, dibujante, autor de magníficos grabados, creador de joyas. Por encima de todo, un hombre indómito.

En la capital francesa siempre obtuvo el favor de la crítica, gozó de gran prestigio en los círculos artísticos, vendió bien su obra y frecuentó los círculos de Arrabal y Picasso. Pero, como tantos otros, antes de llegar a ser reconocido, de conseguir hacerse un importante hueco en el panorama artístico francés, Camilo Otero tuvo que recorrer un largo camino.
«Chámanme besta. Teño feito tantas parvadas na miña vida. Primitivo, brutal, xeneroso, velaquí o meu abecedario. Téñome por bo escultor porque son un home prehistórico, e son eles quen fixeron todo».
Nacido en Santiago en 1932, hijo del entonces popular Abelardo el de las novelas, por las baratas que cambiaba y alquilaba en un portal de la Rua Nova, y de una pescantina del mercado, comenzó a trabajar a los doce años. Fue cantero, mozo de taller mecánico y aprendiz de zapatero antes de trasladarse a Barcelona en 1956 con la ilusión de convertirse en artista… Allí trabajó cinco años en la construcción y, cuando la circunstancia lo requería, se ayudaba con la venta de castañuelas a los turistas.
Hasta que, a comienzos de los sesenta, decidió dar el salto a París. Su prolongada estancia en la capital francesa la comenzó ejerciendo otros nuevos oficios que pasaron a engrosar su ya larga biografía laboral: limpiador de cristales y manipulador de cadáveres. En 1975 recibió el Premio Bourdelle, que lo consagró internacionalmente.
En estos años setenta cumplió un gran sueño, regalando a su Santiago la famosísima escultura que preside la entrada de la Facultad de Económicas y con cuya presencia se identificaron tantos estudiantes. Todo un símbolo del ambiente universitario, la obra que Camilo bautizó La Pasionaria.
Poco amigo de los honores, menos aun de los actos públicos, en 1992 rechazó la Medalla Castelao. En cambio, regaló al Museo do Pobo Galego ciento cincuenta grabados.
En 1996 se mostró en el Auditorio de Galicia una gran antológica de su obra. Tres años más tarde decidió regresar para siempre a su tierra, instalándose en la aldea de Calo, en las proximidades de Santiago.
Sus vecinos le llamaban O tolo dos bonecos.
Falleció el pasado mes de Agosto, a los 71 años de edad.
La Colección Caixanova sólo posee una pequeña escultura de Camilo Otero, mientras que la Fundación Caixagalicia ni siquiera una, lo mismo que el Centro Galego de Arte Contemporánea. En las páginas de arte de la web de Televisión de Galicia ni se le menciona. A él le daba igual, claro, tampoco fue a venderles nada. Su obra estaba muy por encima, en mejores lugares.
Será para siempre uno de los grandes artistas gallegos del Siglo XX.