Vigueses

Artículo publicado

04/03/2022

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CARLOS OROZA
EL POETA QUE ELIGIÓ VIGO PARA PASEAR

Que una ciudad con vocación industrial, tan movida, en no pocas ocasiones conflictiva en el pasado, siempre vivero de empresarios, atraiga a gente de letras e incluso a poetas extremos como Oroza puede parecer paradójico; pero tiene una clara razón

CARLOS OROZA | EL POETA QUE ELIGIÓ VIGO PARA PASEAR

En este contexto, la razón por la que Carlos Oroza eligió Vigo fue la misma por la que atrajo antes a diferentes ilustres escritores, ya que, al contrario del resto de las de Galicia, no es una ciudad de alma provinciana, todo lo contrario. Este Vigo resultaba de un atractivo cambiante espectáculo para la capacidad de observación de un extraordinario personaje como Oroza, que vivía, de verdad, en otra fase estelar. Nos observaba como lo haría un extraterrestre.

Paseaba continuamente por las zonas llanas, es decir, con unos límites marcados en la calle del Príncipe por arriba y en Las Avenidas por abajo, evitando siempre la cuesta final de la calle Carral.

Y aquí un enlace a una magnífica entrevista:
«ESTE HOMBRE PERTENECE IRREMEDIABLEMENTE A UN MUNDO QUE NO EXISTE» (EL MUNDO, 05/03/2014)
«El poeta gallego ha sobrevivido a bronquitis, noches en portales y policías furiosos hasta cumplir 90 años para ver su obra reeditada y puesta en valor. No hay otro como él.»

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´En el norte hay un mar más alto que el cielo´, escribió Carlos Oroza.

Es una bella frase muy sugestiva si uno tiene la imaginación. También es el título de uno de sus libros, siempre de poemas. Otro destacado es Évame, dedicado a su personaje lírico más conocido, posiblemente real, Malú. «Évame Malú, évame Malú».

Nacido en Viveiro en 1923, vivió siempre de poeta, nunca supo ni quiso hacer otra cosa, en Ibiza, en Nueva York y en Madrid, donde se ganó el respeto de, entre otros, de Francisco Umbral, cosa nada fácil, que lo citaba con frecuencia en sus columnas. También grandes poetas españoles como Pere Gimferrer, que lo tenía en una especie de altar. Oroza escribía siempre en castellano, pese a lo cual gozaba del respeto y del reconocimiento de todos los escritores en gallego.

Se trataba la suya de una poesía para ser recitada. Pero no por cualquiera sino por él mismo, porque Carlos Oroza era eso, un rapsoda. Le concedieron la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes de Madrid y él, aunque la aceptó de buen grado, no se la puso nunca.

Cuando tras caminar mucha vida decidió regresar a Galicia, primero se instaló en Pontevedra. Que dejó para venirse a Vigo y así sentirse libre y anónimo en sus larguísimos paseos por nuestras calles. En su delgadez de asceta con ropas gastadas era como una sombra de humano portando la gran estética de lo muy austero, moviéndose casi invisible y muy despacio entre la mayoría de esa gente considerada normal que siempre parece tener urgencia por algo. Pausado, atento, penetrante en su mirada, era curioso de todos y cada uno de nosotros, aun de los que nunca conoció, más bien imaginó. Oroza parecía vivir del aire. Si acaso un café, un vino, una tapa. Todo en muy pequeñas cantidades. Excepto pitillos, muchos pitillos.

Hace ya bastantes años estaba el poeta tranquilamente sentado en una terraza de Príncipe cuando le vio un periodista:

– ¿Y tú que haces aquí?
– Tomando un café…

En el ayuntamiento llevaban más de treinta minutos esperándole porque tenía que pronunciar el pregón de las Fiestas de Vigo. Se le había olvidado porque posiblemente estaría discurriendo y midiendo algunas palabras, no precisamente las del discurso que le habían encargado.

Aunque solo fuera por eso, por olvidar el pregón, también por su condición de eterno paseante, tiene más que merecida la calle que le pusieron tras su fallecimiento en 2015, con noventa y dos años, no importa que el pasaje sea tan breve, compensados sus pocos metros por lo transitados. Se trata de la antigua la Travesía de Príncipe, ahora con su nombre. Seguro que lo agradeció; pero con un silencio en forma de sonrisa pensará – en aquel momento pensó –  que mejor hubiera sido un callejón recóndito o, por el contrario, una travesía larguísima que no tuviera fin, que no llevara a ningún sitio.

Carlos Oroza fue durante mucho tiempo un lujo para Vigo, la ciudad que también atrajo, entre otros magníficos, a Alvaro Cunqueiro o al pintor subrealista coruñés Urbano Lugrís, ambos buscando otro ambiente.

Y claro que sí: en el norte hay un mar más alto que el cielo.

En pocas ocasiones Vigo resulta una ciudad que muestre agradecimiento con los suyos. Esta, muy oportunamente, fue una de ellas, al colocar tan rápidamente a una calle céntrica, no importa que mínima, el rótulo con el nombre de Carlos Oroza. Estaba casi siempre en su ruta.

J.G.F

Otra vez el enlace:
«ESTE HOMBRE PERTENECE IRREMEDIABLEMENTE A UN MUNDO QUE NO EXISTE» (EL MUNDO)

 

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