Unos por otros

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Artículos de Antonio Ojea publicados entre 15/09/2008 y 01/01/2012

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LA GUINDA

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LA GUINDA

CORPIÑO XEITOSO

CORPIÑO XEITOSO
Acababa de comenzar el verano y hacía un par de semanas que preparábamos la salida del primer número de “Diario 16 de Galicia”, con parte de los efectivos del recién desaparecido “Diario de Galicia” que un día de 1977 concebimos Segundo Mariño y yo, aunque la experiencia, después de más de 10 años de gestación, devino en fracaso a los diez meses de su inicio.
El responsable de la empresa editora de “Diario 16” para la aventura de salvar algunos muebles del anterior rotativo (del que había sido responsable empresarial el profesor universitario y titular de otras iniciativas en el mundo de las artes gráficas, Camilo Prado Freire), era Fernando Reinlein, un ex militar que había sido encarcelado como miembro de la Unión Militar Democrática (UMD) y tenía responsabilidades directivas en el “Grupo 16”.
–Antonio, ¿harías un reportaje para la última del primer número sobre una curiosa romería que se celebra cerca de Lalín? –me dijo.
–¿La de O Corpiño?
–Sí, creo que se llama así.
Sabía de esa y otras romerías que se celebran por toda Galicia, desde las que representan mortajas futuras hasta las que libran del “meigallo” o curan las verrugas, pero jamás había asistido a una de ellas. Me apeteció el encargo y me puse a imaginar enfoques con la pretensión de resultar algo original en el tratamiento de un tema manidísimo.
Cuando me dirigía hacia la capilla, sita en la parroquia de Santa Baia de Losón (Lalín), iba pensando en cómo las fiestas religiosas del calendario católico, así como las ermitas y santuarios que salpican cada elevación de terreno accesible en Galicia, revelan una íntima relación con lugares y fechas paganos de sociedades sometidas al culto al sol, que cada día veían hundirse en el mar. Y O Corpiño se celebra dentro de unos días coincidiendo con el solsticio de verano, en el que el sol permanece más tiempo a la vista y en aquellas culturas ancestrales servía para fijar calendarios y homenajear al Sol-Padre. Siempre pensé (sin haberme preocupado de comprobarlo) que la costumbre de las hogueras de San Juan procede del rito pagano de hacer fuegos para transitar la noche más corta del año, que el cristianismo se encargó de “santificar”.
Pero no fue hasta que me encontré inmerso en una barahúnda de gentes, sonidos armónicos y/o atronadores, gritos de angustia y alaridos, cuando se me ocurrió que estaba asistiendo a un exorcismo colectivo, tan enraizado en el imaginario social que podía poner de manifiesto comportamientos que cualquiera aceptaría como sólo explicables a la luz de la creencia en milagros y perdones divinos.
Llegué al “terreiro” donde se ubica la ermita con la misa principal ya avanzada. En el templo no cabía, literalmente, ni un alma más. La temperatura en el exterior, a pleno sol, superaba ampliamente los 30º y el atrio parecía que reventaría de un momento a otro. De pronto, las campanas de la ermita comenzaron a redoblar atronando el espacio y anunciando la salida de la imagen de la Virgen portada en andas por fornidos mozos del lugar.
El exorcismo
La gente iba saliendo de la iglesia acumulándose junto a quienes, también turbamulta, esperaban fuera para cumplir el rito de pasar bajo las andas de la imagen y verse libres de la “posesión diabólica” que decían padecer, para neutralizar un “mal de ollo” o para curar cualquier cosa, propiedades que la tradición popular adjudica a aquella imagen.
Al mismo tiempo que las campanas atronaban a badajo batiente, una banda de música interpretaba, a viento y percusión, alguna irreconocible composición religiosa, mientras los “voladores” estallaban horrísonos en el cielo para completar el pandemónium que se estaba gestando. Cualquier intento de reproducir con palabras aquella barahúnda está condenado al fracaso, pero yo también estoy acostumbrado a ello y, como los allí presentes, voy saliendo del paso.
Igual no se lo creen, pero, armado de micrófono y grabadora, me metí entre apretujones en la riada humana que pugnaba por pasar bajo las andas para comprobar si sentiría algo especial tras la experiencia. Yo no, pero aquella señora bien entrada en kilos que me precedía parece que sí lo sintió. De pronto, tras pasar bajo las andas, comenzó a convulsionarse y a proferir unos alaridos espeluznantes, mientras se retorcía ya sobre la hierba del lindero solícitamente atendida por su fornido marido, incapaz de sujetarla a pesar de ser ayudado por otros dos hombres, que casi la desnudan tratando de sofrenar sus espasmos. La mujer profería voces inidentificables, entre ayes y alaridos, echando espumarajos por la boca y ya casi desnuda de cintura para arriba como consecuencia del forcejeo. No quisiera resultar irrespetuoso, pero entonces me llamó la atención el destapado sujetador de la señora, manifiestamente de estreno para la ocasión.
No tengo ni idea de cómo se llega a tal situación, si descartamos lo de la posesión diabólica o el “meigallo”, pero se me ocurrió que, efectivamente, asistía a un exorcismo colectivo auspiciado por la conjunción del calor, el hacinamiento y el estruendo de campanas, banda de música y cohetería. La frase “para volverse loco” cobra pleno sentido en el cénit de la romería de O Corpiño.
Se me vino a la cabeza la canción de Andrés Dobarro, “Corpiño xeitoso”, pero decidí titular: “Galicia se exorciza cada solsticio de verano”.
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