Crónicas de otro Vigo
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ERA UN SUBMARINO A PEDALES
El extraordinario invento
de Antonio Sanjurjo Badía

El caballero que aparece en medio del agua con medio cuerpo fuera de un tubo cuya tapa semeja que está a punto de cerrar para desaparecer en su interior es Antonio Sanjurjo Badía, que no se apeaba de la boina ni cuando se introducía en el mini submarino de su propia invención y fabricación, un artilugio concebido como de defensa y ataque destinado a proteger la Ría de Vigo, ya que, tras la reciente tragedia de la pérdida por España de la Cuba que tanto amaba, Antonio Sanjurjo temía una incursión de buques de la armada de Estados Unidos con el objeto de atacar nuestras costas.
Una Cuba a la que había emigrado de muy joven junto con un hermano. Ya retornado con un mediano capital se convirtió en industrial de relevancia en nuestra ciudad, un personaje peculiar, inventor también de otros diversos curiosos aparatos con utilidad o sin ella.
Natural de Sada e hijo de ´el Habilidades´, un pequeño menestral citado alguna vez por Emilia Pardo Bazán en su obra, que lo llamaba para realizar cualquier arreglo en sus torres de Meirás, Antonio Sanjurjo heredó de su padre sus aptitudes para la mecánica, con el tiempo convirtiéndose en una especie de ingeniero sin formación teórica.
PRESTACIONES DEL SUMERGIBLE
Aquel 11 de Agosto de 1898 en que fue tomada la fotografía tuvo lugar la primera inmersión, ignoramos si fue la última, del aparato que su inventor bautizó como ´boya portaminas´.
Unas minas magnéticas, las cuales, llegado el caso, serían colocadas en el casco del barco enemigo mediante una lanza retráctil que, empujada a mano y brazo, saldría del submarino. Y es de suponer que tendría la mina algún sistema de retardo antes de explotar, un tiempo suficiente y más bien largo para permitir al artefacto submarino alejarse de la onda expansiva.
Se trataba de un sumergible a pedales, cuya fuerza motriz la proporcionaban dos esforzados operarios – seguramente voluntarios para la ocasión – de La Industriosa, que así se llamaba el taller de Antonio Sanjurjo.
El aparato podía descender hasta una profundidad máxima de dos metros; y con el fuerte pedaleo de los tripulantes alcanzar una milla por hora si iban apurados. El aire necesario llegaba por un tubo que sobresalía de la superficie del agua.
Por suerte, los temidos barcos agresores yanquis nunca se dejaron ver por aquí; pero para la historia quedó el gesto patriótico y también el propio submarino, que hoy se encuentra en el Museo del Mar de nuestra ciudad. Todo un hito de la construcción naval en Vigo, por su originalidad.
No se volvió a construir un sumergible en la Ría de Vigo.
Abajo el momento previo a la botadura del sorprendente aparato en forma de cruz. Hasta el muelle fue llevado en un carro tirado por dos bueyes, el medio de transporte más utilizado en la época.
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