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15/04/2018
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BUENAVENTURA MARCÓ DEL PONT
El aventurero emprendedor que inventó Vigo
En la ciudad viven ya muy lejanos descendientes de aquel catalán que en la segunda mitad del Siglo XVIII llegó a Vigo para dedicarse, entre otras actividades, al negocio del corso. Y que terminó por ser alcalde de la ciudad y por donar el Cristo de la Victoria

Lo que corriendo 1758, a la temprana edad de 20 años y procedente de su Calella natal, en la Costa Brava, trajo a Vigo a Buenaventura Marcó del Pont i Bori eso lo ignoramos.
Por las razones que fueran arribó y decidió quedarse en aquel villorio marinero que apenas contaba con unos cientos de vecinos; pero que estaba estratégicamente situado sobre el Atlántico y favorecido por una magnífica bahía. Un hombre emprendedor que con sus iniciativas puso, en la segunda mitad del Siglo XVIII, las bases para el posterior imparable desarrollo de una futura ciudad, la que hoy es la primera en tamaño de Galicia.
Dicen las referencias históricas que Marcó del Pont procedía de familia hidalga, que disponía de capital inicial y que pronto hizo considerable fortuna comerciando con las mercancías compradas a barcos franceses que se dedicaban al corso y que descargaban en Vigo los botines procedentes de barcos ingleses capturados cuando navegaban rumbo las Islas Británicas desde Portugal. El joven y ambicioso Buenaventura adquiría aquellos productos – aceite, vino, grano – para después venderlos a un buen precio a naves que los transportaban a otros destinos.
ARMADOR DE BARCOS DE CORSO Y PIONERO DEL SALAZÓN
Habiéndose convertido al poco tiempo él mismo en armador, llegó a ser uno de los principales del norte peninsular, por lo que el monarca Carlos III le concedió autorización para comerciar con las Antillas.
Cuando en 1779 estalló la Guerra de Secesión de Estados Unidos y España se alió con Francia contra Inglaterra y Portugal, Buenaventura Marcó de Pont obtuvo permiso de la Corona para dotar de armamento a sus barcos y dedicarlos a la industria del corso, que aunque siempree arriesgada potencialmente muy rentable en tiempos de conflictos bélicos.
En los cuatro años que duró la confrontación, hasta 1783, su flota corsaria consiguió numerosas capturas de buques ingleses y lusos. Unos éxitos bélicos y comerciales gracias a los cuales Marcó recibió honores y obtuvo un gran logro para Vigo: por fin, debido a sus influencias ante la Corte, se pudo abrir el puerto al tráfico con Montevideo y Buenos Aires; y posteriormente, en 1794, reinando ya Carlos IV, recibió permiso para traficar libremente con todos los países de América.
Pero no sólo eso: montó la primera industria de salazón de las Rías Baixas al modo de las que funcionaban en el Mediterráneo, importando unas técnicas hasta entonces aquí desconocidas.
Después comenzó a enviar sus salazones por mar a Cataluña, con un éxito tan inmediato que pronto aparecieron por aquí – aproximadamente a partir de 1770 – decenas de paisanos suyos para emplearse en la fábrica de Marcó del Pont. Allí descargaban los barcos el pescado y pronto fueron llegando más catalanes de la Costa Brava ya para establecerse por su cuenta con pequeñas factorías salazoneras. Fueron los primeros famosos «fomentadores» tocados de barretina que bastante más tarde se convertirían en conserveros.
UNA DE LAS GRANDES FORTUNAS ESPAÑOLAS DE LA ÉPOCA
Ya convertido en un hombre de enorme riqueza, financió proyectos de los monarcas Carlos III, Carlos IV Y Fernando VII, obteniendo a cambio no pocos privilegios.
Marcó del Pont matrimonió con la viguesa Juana Méndez, con la que tuvo diez hijos, de los cuales el mayor, Ventura Miguel, fue enviado a Buenos Aires, al entonces Virreinato de Río de la Plata, para dirigir los negocios familiares que allí su padre había establecido.
Otros vástagos siguieron con brillantez la carrera militar, destacando entre ellos Francisco Casimiro, último gobernador español en Chile hasta 1810, año de la independencia del país andino.
La proclamación de independencia de Argentina tuvo lugar en 1816; pero las actividades comerciales de los Marcó del Pont prosiguieron en la nueva república. De hecho, sus negocios prosperaron todavía en mayor medida, de modo que se convirtieron en familia patricia situada en la cúpula de la élite criolla. La antigua casa de los Marcó del Pont es hoy día monumento nacional que alberga un centro cultural y un museo de referencia en Buenos Aires.
EL CRISTO DE LA VICTORIA FUE DONACIÓN SUYA
Mientras tanto en Vigo, a donde ya había arribado cientos de emprendores catalanes y funcionaban numerosas plantas de salazón, Buenaventura Marcó del Pont ejercía como principal personaje y Regidor de la ciudad, cargo que se puede equiparar al de alcalde. Como tal, ordenó construir la Colegiata y donó personalmente la talla del Cristo de la Victoria.
Un dato no demasiado conocido es que en el solar del edificio del Areal que hoy es de propiedad municipal y que fue Rectorado y antes Gobierno Militar y Banco de España, se encontraba la residencia viguesa de los Marcó del Pont, donde en 1818, a la edad de 80 años, falleció Don Buenaventura. Después, en 1863, la propiedad fue adquirida a la familia por otro catalán, en este caso un indiano que eligió radicarse en Vigo tras dejar Cuba, Fernando Carreras Guixeras, que levantó la arquitectónicamente curiosa construcción actual.
Por todo lo anterior, se puede afirmar que Marcó del Pont i Bori fue el fundador de Vigo como ciudad industrial.
No solo como propulsor del puerto y sus tráficos, también como iniciador de la gran industria salazonera origen del Vigo sobre el que se sustentó la vocación empresarial de la ciudad y el consiguiente desarrollo e imparable crecimiento económico y poblacional que experimentó en el siglo diecinueve.
Pero no hay ni una sola placa o calle como recuerdo y reconocimiento. Peor aun, Buenaventura Marcó del Pont es un gran desconocido para la inmensa mayoría de los vigueses.
BLAS C
En Vigo sigue presente la huella familiar de los Marcó del Pont. Una de las hijas del prócer, Ana Jacoba Marcó del Pont Méndez, se casó con Juan Fontán y del Pueyo, señor del Pazo Baión, en O Salnés, teniendo hijos que ocuparon cargos relevantes en la corte de Fernando VII, algunos de los cuales se trasladaron posteriormente a Argentina, de donde una rama regresaría en el pasado siglo para asentarse en el Val Miñor primero y Vigo después.
Se trata de los Fontán Domínguez, hijos de José Ramón Fontán González, breve alcalde de Vigo a comienzos de la década de los sesenta, los cuales actualmente se dedican a los negocios de la pesca.
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