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ORÍGENES INDUSTRIALES DE VIGO

Vigo, como núcleo industrial de Galicia, fue desarrollado por emprendedores inmigrantes de la Costa Brava en los siglos XVIII y XIX. La ciudad conservó el dinamismo y el culto al trabajo de la impronta catalana.

ORÍGENES INDUSTRIALES DE VIGO

Los inicios de la industria pesquera se remontan en Vigo a la segunda mitad del Siglo XVIII, cuando a las Rías Baixas comenzaron a llegar de forma masiva miles de catalanes en su mayoría procedentes de la Costa Brava, en la provincia de Girona. Gentes de mar que se trasladaron a orillas del Atlántico atraídos por la extraordinaria abundancia de sardina que por entonces ofrecían las costas de Galicia.

Los pescadores locales del pequeño puerto que era Vigo se dedicaban a la pesca de supervivencia con la utilización de artes primarias de escaso rendimiento. En el Berbés, una playa a la que daban los soportales, el mercadeo se animaba en algunas épocas del año con la llegada de arrieros del interior a la procura de pulpo y otras especies secas y saladas.

Los «fomentadores», como se les dio en llamar a los inmigrantes catalanes, trajeron consigo la «xábega», red de origen árabe, de arrastre y con copo, de entre 300 y 600 metros, que para ser movida precisaba de embarcaciones mucho mayores. El cerco se recogía arrastrando desde tierra, participando en la dura tarea parejas de bueyes, hombres, mujeres y niños.

También aportaron la técnica mediterránea del salazón o conservación del pescado en salmuera, comenzando pronto a instalarse con sus pequeñas plantas de fabricación en el barrio extramuros del Arenal, que pronto se comenzó a conocer como «barrio de los catalanes».

Unos salazones que, como desmuestran los numerosos hallazgos arqueológicos, se producían en Vigo en los tiempos de la civilización romana; pero una actividad que había sido abandonada tantos siglos atrás.


CONFLICTOS CON LOS PESCADORES LOCALES

El cambio en los procedimientos de pesca que siguió a la llegada de los «fomentadores» provocó enfrentamientos de estos con las gentes del Berbés, de Cangas y de Moaña. También entre los propios pescadores, puesto que no pocos estaban a favor de los catalanes, con quienes se empleaban.

Mientras, en el Arenal surgían una tras otra las plantas de salazón, edificios que eran fábricas-vivienda. Los catalanes, con sus familias, apegados a sus costumbres, lengua y vestimentas, residían en la misma industria, normalmente en el piso superior, con lo que comenzó a manifestarse una peculiar arquitectura de carácter industrial y residencial de la que todavía quedan bastantes ejemplos en las Rías Baixas.

Muchos de aquellos colonos permanecían en Vigo únicamente durante la costera o campaña de pesca, que duraba entre seis y ocho meses, regresando después a Cataluña. Otros venían con la intención de establecerse solamente durante unos cuantos años. Las familias que se afincaron de forma definitiva son los apellidos que llegaron hasta nuestra época.


LA IMPORTANCIA DE LA INDUSTRIA DEL SALAZÓN

En el año 1850 se calcula que trabajaban en la producción de salazón unos 250 hombres y 400 mujeres, a los que hay que añadir los numerosos artesanos que se habían instalado en el Arenal y que se dedicaban a la tonelería y herrería necesaria para la construcción de los artilugios de prensado.

Los salazoneros catalanes crearon toda una nueva estructura económica. Algunos se convirtieron también en armadores, dotando así al puerto de una flota mercante, mientras que otros eran exclusivamente comerciantes. Las goletas que llevaban su carga de timbales de salazón y bidones de aceite de sardinas al Mediterráneo regresaban con mercancías como aceite de oliva y vinos y licores que alcanzaron gran implantación compitiendo con los del Ribeiro y otros de la tierra. Desde Cataluña se reexportaban los salazones vigueses a Francia y a Italia.

Según Antonio Meijide Pardo («Contribución de los catalanes al desarrollo de la industria pesquera de Vigo», 1968), un cómputo prudencial permite estimar en 7.000 millares la exportación media anual con destino a Francia, mientras que respecto a Italia el promedio anual superaría los 4.000 millares».

SALTO A LA INDUSTRIA CONSERVERA

Como evolución de la industria del salazón, la primera verdadera fábrica de conservas la montó en Vigo, en el año 1882, Benigno Barreras i Casellas, catalán de segunda generación, cuya familia primero se estableció en la Ría de Arousa, en Pobla do Caramiñal. La industria se encontraba en la Alameda, a la orilla del mar que llegaba hasta allí. Se trataba de una planta que elaboraba «al estilo de Nantes», pues de la Bretaña francesa se importó la técnica y la necesaria maquinaria.

Al año siguiente inauguró su fábrica en Bueu Salvador Massó Palau, natural de Blanes, establecido allí desde 1816 fabricando salazones.  Después siguieron en Vigo los hermanos Curbera y otros.

Las nuevas industrias eran unidades productivas completas, en las cuales, además del pescado, entraba la hojalata procedente de Inglaterra y también de Bilbao. Mediante las prensas Durox se construían los envases, que luego, tras ser introducidas las sardinas con su aceite, se soldaban a mano para su cierre.

En el año 1883 Massó ya producía 1.000 envases diarios.

A comienzos del Siglo XX, en Vigo funcionaban decenas de fábricas de conservas y de salazón, por lo que el aumento de la producción y la apertura de nuevos mercados provocó una mayor necesidad de capturas de sardinas y la utilización de artes de arrastre de mayores dimensiones, tal como la «traiña», en este caso de procedencia cantábrica, redes que en los primeros tiempos movían embarcaciones a remos de más de trece metros de eslora, que contaban con una tripulación de veinticinco a treinta hombres.


LOS INICIOS DE LOS ASTILLEROS

Para sustituir a estas embarcaciones a remo, en los últimos años del Siglo XIX se comenzaron a construir en los primeros Astilleros Barreras, que se encontraban, naturalmente, en el Arenal, unos pequeños «sardineros» dotados de elementales motores a vapor importados de Inglaterra. Un enorme adelanto para la época.

Unos barcos que en los años siguientes evolucionaron hacia un extraordinario modelo que se llamó «Vapor tipo Vigo», barcos de entre veinte y veinticinco metros de eslora, de 80 a 100 toneladas, y con un andar entre ocho y diez millas que constituyeron una verdadera revolución en el mundo de la pesca.

A partir de ellos se introdujo otra una nueva forma de pescar: la «pareja», la cual, aunque existían algunos antecedentes en el Cantábrico, desarrollaron y perfeccionaron los armadores de Bouzas. Una modalidad que exigía perfecta coordinación entre los barcos que la practicaban. A principios de siglo tenían su base en Bouzas unos 130 buques de este tipo.

Los «Vapores tipo Vigo» construidos en Barreras alcanzaron un enorme prestigio, estando presentes en todos los puertos del litoral gallego primero y del español después, construyéndose un elevado número para Portugal y norte de Africa; pero lo más llamativo es que, dadas sus magníficas condiciones de navegabilidad, fueron adoptados por las potencias aliadas durante la I Guerra Mundial como patrulleros en las costas francesas y dragaminas en los Dardanelos.

La potente industria conservera constituyó la base industrial de Vigo hasta los años 60 del pasado siglo, cuando surgió Pescanova y el pescado congelado y, con la llegada de Citroën, se inició la industria de la automoción.

 

Blas Cañada

 

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